lunes, 17 de mayo de 2010

La Regla de Oro, hasta para el Jefe Diego


Diego Fernández de Cevallos tiene una imagen pública de altanero y prepotente; no es para nada el estereotipo de una persona bondadosa, amable o simpática… pero, es enfermo que haya quienes estén felices por su desaparición, y que haya quienes se congratulen ante la posibilidad de su muerte.

Yo lo conocí hace 20 años. Una tarde de 1990 tenía yo una entrevista con él y me dijo que si quería la nota, tendríamos que platicar en su camioneta, pues él quería ir al Zócalo para ver desde lejos uno de los históricos mítines de Cuauhtémoc Cárdenas, en protesta las elecciones de 1988..., cuando Carlos Salinas resultó Presidente.

La entrevista la hice en el trayecto de la casona de Angel Urraza, en la Colonia Del Valle, al Zócalo.

Fernández de Cevallos me contó muy orgulloso que él era tan creyente de la Iglesia Católica y de Dios, que no estaba casado por el civil, y que él y su esposa Claudia Gutiérrez Navarrete estaban muy felices unidos desde 1977 sólo por la ley de Dios... no la ley del hombre. Años después, el Jefe se separó de la mamá de sus tres hijos, y se enamoró de una muchachita.

Con su declaración de la Ley de Dios yo me quedé de a seis, se me hacía increíble escuchar eso de un político joven en pleno 1990, y frente la Plaza de la Constitución llena de asistentes al mítin de un naciente y revolucionario movimiento de Izquierda.

Unos años después vino la campaña a la Presidencia de la República y aquella frase de “el viejerío”, para referirse a todas las mujeres… para algunas feministas fue un gran insulto; a mí se me hizo simpático, aunque me distanció mucho más de él, pues me reforzó esa imagen que tenía de él: un hombre extremadamente conservador… y todavía con esas barbas de Maximiliano de Habsburgo.

PARÉNTESIS (Qué tiempos aquellos donde las líneas ideológicas de los partidos y los políticos se diferenciaban claramente… ¡al menos en el discurso!)

Perdió la campaña presidencial -algunos dicen que a propósito y en contubernio con Carlos Salinas de Gortari-, y luego el Jefe Diego apareció rejuvenecido, montando a caballo cabalgando al lado de una joven jalisciense muy guapa y, que para poder visitarla, mandó construir una carretera.

La obra de 32 kilómetros se conoció como la “carretera del amor”, y unía Tepatitlán y Arandas, en los Altos de Jalisco. Lo malo es que se hizo con recursos públicos y con maquinaria que el entonces Senador de la República dicen que prestó para hacer el camino que le permitía visitar a su novia y ahora esposa, Liliana León Maldonado.

Al dejar la senaduría, aparecieron con más fuerza las acusaciones y evidencias de tráfico de influencias, pues en el despacho que tiene con el ex Procurador de la República, Antonio Lozano Gracia, encabezó y ganó litigios multimillonarios de particulares en contra del Estado mexicano.

Por estos motivos, el Jefe Diego a mi no me simpatiza. Tengo una formación juarista y creo en las leyes; no me gustó aquello de la Ley de Dios en sustitución de la de los hombres, ni lo de el “viejerío”, y repruebo absolutamente el tráfico de influencias y claro conflicto de intereses en demérito del país.

Pero… de allí a que me de gusto que esté desparecido hay un abismo. Me da tristeza y me solidarizo con sus hijos y su esposa. Es una tragedia que él o a cualquier ciudadano tenga que sufrir un caso de violencia como él.

Desconozco qué les habrá hecho a todos quienes hoy están tan felices, pues me he topado con muchas personas en Twitter y otros foros electrónicos que están de plácemes.

¿A dónde nos llevarán estos sentimientos colectivos? ¿de dónde nos nace tanto odio y tanto rencor? ¿por qué creemos que nuestro coraje se hará menos si al otro le va mal? Lo pregunto porque un día antes todos se lanzaron contra Alex Lora porque es papá de una joven irresponsable, y también contra Lizette Farah, la mamá de la niña Paulette, porque no lloró lo suficiente. Nos estamos convirtiendo en una sociedad que a la menor provocación linchamos a quien se nos pone enfrente.

¿Alcanzaremos la justicia, la felicidad y la paz atestiguando el dolor y debacle de los demás?

No.

Ver la desaparición de Fernández de Ceballos como un acto de "justicia divina" en cobro por sus actos de corrupción, es equivocar la mira. Quienes secuestraron a este personaje son delincuentes.

La Regla de Oro o ética de reciprocidad es un principio moral que dice: “Trata a tus congéneres igual que quisieras ser tratado”.

Aunque Fernández de Cevallos no me simpatice, a él también le aplicaría la Regla de Oro, y pido que aparezca vivo.

María Luisa Díaz de León Rascón

SÍGUEME EN TWITTER: @maluisa0808

No hay comentarios:

Publicar un comentario